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De Pablo Llanos En Poesía
El ausente Cilleruelo
No puedo decir que «El Ausente: Cien autorretratos» de José Ángel Cilleruelo sea una obra maestra. La expresión “una obra maestra” encuentra su hábitat natural en las fajas que encorsetan los libros con sobrepeso. Así que no, no es una obra maestra. Pero sí es una obra literaria, con todo el peso de la palabra literatura. Un peso, además, perfectamente repartido. Cilleruelo es un obrero maestro, un trabajador de la construcción poética que edifica en «El ausente» un poemario no solo enorme, sino perfectamente cimentado, la conjunción perfecta entre un arquitecto y un técnico de estructuras ejerciendo de aparejadores de versos.
He de decir que para el análisis de este libro he contado con los
comentarios de un conjunto de poetas que leyeron el libro al mismo tiempo que
yo. Supongo que a un grupo de lectores se les sincroniza la subjetividad,
quizás un crítico siempre debería asistir a un club de lectura para retratarse
o autorretratarse o verse ausente de su labor de crítico. Pero dejemos esto a
parte.
Vamos a ponernos manos
a la obra:
El trabajo de
Cilleruelo en El ausente está muy bien cimentado sobre varios pilares y vigas
maestras.
1er Cimiento: Autorretratos de Gerard Richter
El punto de partida es el libro del pintor Alemán Gerhard Richter “100
autorretratos” que recoge cien variaciones en forma de autorretrato. La
constante experimentación es el principal rasgo de la pintura de Richter,
convencido de que abstracción y figuración son lenguajes igualmente necesarios.
En realidad, el libro de Richter no contiene autorretratos sino versiones
de una fotografía suya de perfil, es un observarse a sí mismo. Siempre él
mismo, pero siempre diferente, marcando su propia incomprensión. José Ángel
Cilleruelo se sustenta en esta idea escribiendo en su obra cien poemas como
cien autorretratos. El mismo poema que cada día sea diferente. Al ritmo que le
marcan los dibujos de Richter.
El resultado es El ausente, una interlocución permanente con el libro de
Richter, aunque funcione por sí mismo.
«Soy, de perfil, una nariz inacabada. Desde atrás, un círculo de alopecia.
El tiempo que erosiona la roca, qué no hará con el rostro. De ojos cerrados es
como mejor me veo mirarme, pero no siempre los cierro ante el espejo, que ha
aprendido, en la academia de la técnica, a fijar el trazo y la precisión en los
colores.»
2º Cimiento: Cien poemas
El propio Richter le va a dar la medida de la longitud del poemario. Cien
poemas, como los cien autorretratos. Sumergirse en la lectura de estos cien
poemas en prosa que apenas ocupan media página puede parecer una tarea fácil.
Pero, sin embargo, resulta agitadora gracias a la tensión narrativa que se
percibe en todos y cada uno de ellos. Ninguno de los fragmentos destaca sobre
los demás, no hay un momento de brillo exagerado en la escritura. La sensación
es que han sido creados uno tras otro sin descanso. Una intensidad en la
conexión con la escritura que se transmite al lector y que produce un fluir de
la prosa poética sin altibajos y alcanza un nivel de expresividad notablemente
alto. Y este número, cien, no es azaroso, si no una especie de medida áurea
sobre la que va a elevarse también otro de los cimientos de esta construcción.
3er Cimiento: Cien palabras, un soneto derretido.
Cuando uno lleva cinco o seis poemas leídos empieza a percibir que todos
tienen una longitud similar. Resulta fácil caer en la tentación de contar las
palabras y averiguar que todos los fragmentos se componen por el mismo número
de palabras. Cilleruelo ha utilizado una métrica para sus poemas en prosa, cien
palabras.
No es la primera vez que experimenta con esta métrica. En el prólogo de su
libro de 2011 Vitrina de Charcos, Cilleruelo habla sobre el interés
de escribir poemas en prosa de cien palabras, lo que queda de un soneto
derretido:
«La mayoría de los poemas que se escribieron en el Siglo de Oro estaban
compuestos exactamente por 154 sílabas. […] Desde el Siglo de Oro la escritura
ha sufrido la erosión que siempre impone el paso del tiempo. Y cada poeta
interpreta esas pérdidas a su manera. Durante años —y tres libros— creí ver en
el soneto blanco la manera de mantener en pie el sueño de las 154 sílabas. Una
mañana, al abrir la nevera de la tradición, con pasmo descubrí en el fondo un
charquito de palabras. Las 154 sílabas se me habían descongelado. […] Al
descongelarse las 154 sílabas de un soneto, como el líquido ocupa más espacio
que el sólido, comprobé que el charco que quedaba tenía exactamente cien
palabras.»
Esta obra no tiene pinta que se vaya a tambalear, pero, por si las dudas,
el autor ha dejado justo en la mitad, en el poema 51, unas instrucciones de uso
de su métrica:
4º cimiento: El campo semántico
Parece haber una capa de veladura por todo el texto que uniforma los poemas
que hace que ningún brillo no deseado haga que la vista se vaya detrás de
alguno de los fragmentos en concreto. ¿Es quizás, todo el libro un solo poema
en el que cada fragmento de 100 palabras en uno de sus versos? ¿Un poema de 100
versos de 100 palabras? La causa es el campo semántico elegido. Sombra, luz.
Mucha presencia de los pictórico. El autor parece no querer esconder que ha
partido de la obra de Richter y no quiere perder el punto de vista que le
proporciona el autorretrato y la serie. Porque un autorretrato es sobre todo
eso, un punto de vista. Al léxico propio de las artes plástica le acompaña un
desbordamiento de imágenes asentadas en objetos y lugares pequeños o sencillos. Los
autorretratos de Richter también tiran hacia lo sencillo. Hacia el carboncillo,
el blanco y negro, el bosquejo. Los poemas de El ausente diluyen
el yo en el buey, en el cuerpo, en la brizna, en el andén. Unas imágenes que
son una manera de significar más que discursiva.
Una viga maestra: El poema número cien.
Los cuatro cimientos de esta obra están cruzados y asegurados por una viga
maestra. El último poema. El cien. En la lectura es fácil percibir que, aunque
los fragmentos van numerados en vez de titulados la primera frase de cada uno
de ellos actúa a modo de título. (Ayuda también la tipografía en cursiva). Esa
primera frase está compuesta por una sola palabra. Esto lleva al lector
(probablemente con anticipación a leer el último poema, el número cien y
comprobar que, efectivamente está compuesto por las 99 palabras en orden de los
fragmentos que le precedente más (de forma lógica) la primera palabra de nuevo.
100
«Soy yo. Tachadura solo, hemorragia, desplome. Desconcertada sombra. Soy.
Yo solo. Argucia, reloj, tránsito. Embriagado lugar. Soy yo. Solo. Nadie,
espejo, diezmo. Desdibujada luz cualquiera. Soy yo. Solo deseo, borbotón, lluvia. Inocuo cauce. Soy. Yo solo. Canción, carta, estridencia. Umbría
desarbolada. Soy yo. Solo. Espejismo, pálpito, desinencia. Áptera sombra.
Nadie. Soy yo. Dictado solo, techumbre, intemperie. Taciturna espera. Soy. Yo
solo. Veladura, espasmo, grieta. Temblor sombrío. Soy yo solo. Cuaderno,
maraña, niebla. Destemplado cuerpo. Cautivo. Soy yo. Soledad, solo penumbra, duelo.
Extenuada luz. Soy. Yo ensimismado. Lluvia, ocaso, vértebra. Somnolienta
espera. Soy. Brizna. Yo. Arenisca solo. Árboles azules. Yo soy.»
Según cuenta el autor, el proceso comenzó escribiendo tres autorretratos,
pensando que la idea que se la había ocurrido no va a ser posible llevarla a
cabo. A los pocos poemas se da cuenta de que, sin premeditarlo, ha empezado
todos los poemas con una frase que es solo una palabra y es entonces cuando
decide hacer el último poema, que desde ese momento le va a servir de línea de
vida, de viga maestra para conducir el resto de la creación del poemario.
El contenido presente en el ausente
Quizás tanto hablar de la forma nos haga desviarnos del contenido ¿De que
ha llenado José Ángel Cilleruelo esta edificación? La ha llenado de
ausencia. De la ausencia de sí mismo. Una ausencia que es reflejo del yo dentro
del mundo, de la sociedad en la que se encuentra. En la que se ve, pero no se
refleja. De esta forma, como señala la poeta Elia Quiñones, los
pasajes están lleno de lugares vacíos, estaciones de tren con los rótulos de
información apagados, playas sin bañistas, "a esa suma de intérpretes se le
denomina silencio.”
El ausente indaga sobre el espacio y el lenguaje que deja el yo. Se trata
de una composición imaginativa entre escenas cotidianas y la disolución
en las cosas. Al principio del libro se cita al escultor Juan Muñoz: “La única
manera de llegar a las cosas es la ausencia”. O que las cosas hablen a través
de ti. Y este es quizás el gran valor del libro. Una indagación profunda en el
ser, el yo y la relación física y política con lo que le rodea asentado en unos
cimientos literarios firmes y convincentes.
Muy acertadamente, la poeta Lola Irún recuerda el epílogo
de El Hacedor de Borges.
«Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años
puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de
bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de
astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese
paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.» Epílogo de El Hacedor
de Borges.
José Ángel Cilleruelo hace justo lo contrario: llena el libro de
continentes, montañas, campos, estaciones, insectos, etc. para ausentarse, para
deshacerse. Llena el papel de universos para desdibujarse.
Es posible que el
objetivo fundamental de un crítico o reseñista honesto en estos tiempos
digitalmente ruidosos sea el de localizar el talento literario y mostrárselo a
los lectores. Antes de redactar este texto, he buscado sin éxito reseñas de la
novela en las páginas literarias de internet. No he encontrado ninguna. Las
menciones en perfiles de redes sociales de librerías y otros escritores de El
Ausente son mínimas. (Apenas un vídeo hablando sobre esta obra del librero y
poeta vasco Juan Manuel Uría y poco más). Así que el objetivo de esta reseña es
el de enmendar la ausencia de este mayúsculo poemario en la prensa cultural.
Artículo de Pablo
Llanos
Escritor, poeta y colaborador en publicaciones
literarias. Ha publicado el poemario “Manual de Modelado de Corazones para
Hombres de Hojalata” (Ed. Cuadranta, 2022). Sus relatos han sido publicados en
revistas como Orsai, Librújuja, Pluma Fanzine, Madera Berlín o Pappenfuss.
Cocreador del magazine Irredimibles.
POESÍA
LETRAS 21
15 DE DICIEMBRE DE 2023, 9:54
La poesía de Cilleruelo es esencialmente situacional, si bien encierra la paradoja de ser al mismo tiempo profundamente argumental. Donde otros poetas mayores o menores se detienen en la mera contemplación de la escena, nuestro autor barcelonés la narra de forma sucinta y al mismo tiempo –nueva paradoja– de manera exhaustiva. Es un arte de difícil consecución para el que se sirve de dos recursos: la prosopopeya y una elipsis del grueso del contexto en favor del detalle que le otorga significación. Para su feliz logro explota al máximo la síntesis del discurso mediante el empleo del asíndeton.
He comenzado mencionando las principales figuras retóricas que hallamos en el equipaje literario de Cilleruelo, cuyo versolibrismo se sitúa en las antípodas de la arbitrariedad del poeta inspirado. Su blog El visir de Abisinia pronto cumplirá dieciséis años, y todas sus entradas, a razón de siete o catorce mensuales, son de cien palabras. Hay en él, por tanto, una voluntad de formalizar el rigor de la estructura, y en esta nueva entrega todos los poemas son de catorce versos, variaciones del soneto en diversas combinaciones estróficas que van desde el verso-estrofa al poema-estrofa, transitando por estrofas de dos hasta trece versos. Pero es más: el volumen, que reúne sesenta poemas, se divide en tres partes, de las cuales la tercera comprende treinta, la mitad, veinte la primera y diez la segunda, con lo cual estas dos suman la otra mitad.
Si estuviéramos hablando de un compositor, cabría decir que la forma musical predilecta de Cilleruelo para su obra poética es la de las variaciones. No en vano, el autor viene concibiendo sus títulos a modo de catálogos en torno al tema elegido para dichas variaciones. Este es, por ejemplo, el lugar en Almacén (2014), o el sujeto en Lunáticos (2017) y en El ausente (2021), todos ellos escritos en prosa poética de distinta formulación. Cada poema de Pájaros extraviados (2019) interpreta una imagen distinta de la naturaleza, y cada uno de los del libro que ahora nos ocupa lo hace sobre las manos, una extremidad de poderosa carga simbólica, por lo que la elección no podría haber sido más acertada.
En el primer capítulo, los veinte poemas aparecen titulados con conceptos abstractos. Así, La presencia hace referencia al brazo ausente de una víctima de la talidomida, El orden a las manos de los músicos antes de iniciarse el concierto, y La mitología a las de una joven lectora que huye del café ante el abordaje de un ejecutivo ligón. En el segundo capítulo, bajo el título general de Azul de azules se presentan diez postales sin título que interpretan la desolación causada al yo poético por el paso del tiempo, y que alcanzan el punto álgido de su crudeza en los versos «Cada día quien mira / solo palpa con los ojos cerrados / las cicatrices de un boxeador».
De la mano es el nombre que reúne los treinta poemas del último capítulo, los cuales, al contrario de los del primero, aparecen titulados en su mayoría con nombres concretos. Si el punto de vista del segundo capítulo era el del yo y el primero el del ellos, el tercero es el del nosotros. El poeta expresa la experiencia de observar un universo vivo de la mano de su pareja. Este ciclo deviene así en la celebración del amor sosegado, con versos felices como cuando en Ráfagas, al referirse a la ropa tendida, dice «A mí me gusta que le guste al viento / moverse con tus ropas puestas», o los de El silencio, donde la visión de un gorrión que picotea en una calle acaba así: «Pero en el pensamiento se quedó / instalado el gorrión. Te lo conté. / Hablar yo solo es siempre hablar contigo», o incluso los de Desplazamientos, en los que se describen los susurros de la feliz pareja en el autobús: «Lo que me cuentas nos sitúa / fuera de cuanto ocurre. Narración / paralela. Que nace desde dentro. / Te susurro al oído. Y me sonríes.»
La fuerte presencia de la naturaleza en este capítulo denota, a mi entender, cierta vinculación con el bucolismo de Pájaros extraviados. Al mismo tiempo, y por cerrar el círculo abierto al principio sobre retórica, no podemos pasar por alto el extraordinario empleo que hace Cilleruelo del encabalgamiento en esta nueva entrega de su poesía, lo que le otorga una admirable riqueza rítmica al verso. Estamos ante un poeta cuya larga trayectoria se ha caracterizado siempre por la independencia de su voz y por el interés en explorar palmo a palmo sus territorios literarios. Ojalá las nuevas generaciones sean capaces de acogerse a su magisterio.
‘De la mano’. Autor: José Ángel Cilleruelo. Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 2023
Vuelve al verso en su último
libro J. Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960). Tras El ausente. Cien
autorretratos (Trea, Gijón, 2021) y Dedos de leñador. (Días de
2019), publicado por Polibea en 2021, la exquisita colección La gruta de
las palabras (dirigida con mimo por Fernando Sanmartín) acoge el cuarto libro
del autor: ‘De la mano’.
La
materia, el tiempo y el amor trenzan este último título. Estos tres nombres
podrían servir de avanzadilla para presentar las tres partes que lo componen:
“Manos”, “Azul de azules” y “De la mano”, con veinte, diez y treinta
composiciones respectivamente. Esta última parte da título al volumen,
resaltado en blanco sobre la cubierta anaranjada junto a la sutil ilustración
(que recuerda a las líneas de la palma de la mano) de Jesús Cisneros.
En la
primera parte las protagonistas son ellas, las manos. Sus gestos articulan la
indagación del texto sobre algunas constantes en la poesía del autor: el paso
del tiempo, la ausencia como marca presente de lo vivido, la incertidumbre, la
armonía, la creación, entre otras. Las manos materializan nuestras acciones,
sus gestos hablan de la actitud con que las realizamos e incluso de aquello que
no queremos que se perciba. En este sentido, los títulos de los poemas son
significativos: nombres todos, la mayoría abstractos («La presencia», «La
ausencia», «La experiencia», «La Filosofía», etc.), receptores de la idea o
reflexión oculta en la gestualidad percibida o descrita. El poema titulado «La
materia» contiene los versos que podrían ejercer de poética de esta sección:
«son los objetos quienes se sujetan/a la mano con sus capacidades/cuando la
mano los sostiene./ Por miedo a no existir». Así también las ideas se sujetan a
la escritura para que el pensamiento pueda darles cuerpo y retenerlas.
Trascendencia invisible de las manos si no es por unos versos que atraparon su
movimiento y su quehacer. «Manos» se convierte en ejercicio metonímico del
hombre que siente, piensa y escribe sin que esos tres verbos puedan
secuenciarse, fundidos como están en la metáfora y en la vida del poeta.
En los
diez textos de la segunda parte («Azul de azules») la luz es el motivo
principal. Con ella, también, las sombras, la oscuridad, los matices de color
que va imprimiendo el paso del tiempo en la mirada, a menudo nostálgica, alguna
vez sombría. El poema 4 condensa todos estos significados a través del símbolo
de la llama como combustión del tiempo: arde la vida y la memoria en luz, deja
un rastro de humo cuyo testigo recoge el poeta al escribir («humo cuyo tizne/
parece emparentado con la tinta»). Hueco, sombra, espejismo, carcoma, abandono,
oscuridad, arrumbamiento… nombres que van transcurriendo en las páginas hasta
amansarse y suavizar lo que asusta o desorienta: lo insondable.
El poeta
acude al río para entender su propio devenir, actualizando esta clásica imagen
del fluir del tiempo y sus sedimentos. José Ángel Cilleruelo se detiene en los
cauces secos que, cual arrugas, hablan de la corriente de lo vivido. Sobre esa
tierra horadada hablan las cicatrices del tiempo en la piel del campo,
fluyen los pensamientos del escritor colmando su cauce. Corriente y pensamiento
se mimetizan para ocupar el vacío y llenarlo de sentido.
Son
numerosas las personificaciones en esta sección: la madrugada pinta, la luz
desorienta, la noche tiene mal aliento… La conciencia del tiempo vivifica el
entorno, al tiempo que lo descubre huyendo y persistiendo en los huecos que
deja esa huida.
No por
azar la tercera parte (“De la mano”) da título al libro. Se trata de un
diccionario amoroso, de una colección de estampas cómplices, de un tratado
sobre la intimidad, donde, además, comparecen la reflexión sobre el paso del
tiempo, la personificación del entorno natural y urbano en diálogo e
interacción con la pareja, y la materialidad del cuerpo (en especial las manos)
como caligrafía del código secreto que establecen los amantes.
Los
poemas de esta sección están estrechamente unidos a muchas frases de Becqueriana (Isla
de Siltolá, 2015). Allí leemos «El carmín que me habla en la servilleta donde
dejas un beso construye un lugar». Y aquí, «Lo que dices le cambia el tacto/a
la áspera, dura, hermética/ realidad»; allí, «Contigo aprendo a enseñarte mi
alma», y aquí, «Hablar yo solo es siempre hablar contigo»; allí, «La espera es
la víspera de la celebración. Es presentimiento. Es vecindad de la plenitud», y
aquí leemos el poema «Plenitud»: «Nuestra presencia llena el mundo[…]/ Todo
brilla perfecto ahora./ Lo que al llegar estaba tan vacío». Los elementos
comunes entre ambos libros, de especial querencia para el escritor, son
numerosos: la música, los pájaros, las inflexiones de la luz sobre el paisaje,
el río, las flores…
De la
mano es
la partitura, la síntesis de la poesía amorosa de JAC. En ella se condensa con
matices precisos (y preciosos) el abecedario secreto de gestos, miradas y
susurros inherentes a la relación amorosa. Y así, de la mano, como parejas
enamoradas, van muchos de los versos de esta tercera parte. Unas veces ligados
por el paralelismo (como en «Sentimiento», «Noctívago» o «Nidos»), otras veces
engastados en el pronombre nosotros («Otoño», «Relato», «Las prendas»,
«Mixtura»), o en el tú y yo («Caligrafía», «Desplazamientos»).
La
complicidad conquista cada resquicio del mundo, gana parcelas al vacío y
escribe páginas en la memoria de los amantes. Un parque, un café, el autobús,
los recados, un día de nieve o lluvia, cuanto ocurre es
reseñable a la luz de la constancia en el amor.
La
plenitud vital de estos poemas tiene su eco en la naturalidad y sencillez del
lenguaje, más descriptivo, de pinceladas ligeras y hasta juguetonas; también contagia
viveza a las personificaciones: el viento se viste, el invierno abre la maleta,
los árboles se desmelenan al bailar…Y, cómo no, estalla en el brillo de esos
hallazgos breves tan frecuentes en la poesía de José Ángel Cilleruelo, que nos
abren los ojos de par en par.
Al titular 'De la mano' este poemario que han publicado las Prensas de la Universidad de Zaragoza, José Ángel Cilleruelo crea una anfibología que ya anuncia el doble contenido que va a encontrar el lector de los versos que le ofrece: por un lado ese título puede leerse como el de un tratado sobre la mano (quizá entonces podría denominarse un manual), mientras que por otro evoca el gesto a menudo afectuoso de ir de la mano dos personas. Son precisamente estas dos alternativas las que plantea el poeta al dividir su libro en tres partes, de las que la primera y la tercera exploran cada uno de los significados, mientras que la central actúa como interludio, sin abandonar nunca del todo el tema central.
Así, en la primera parte, titulada sencillamente 'Manos', quedarían los poemas que muestran manos en acción (así se titula el primer poema, 'La acción'), en lo que podrían denominarse planos de detalle que al captar movimientos cotidianos provocan la reflexión poética del autor, para quien las manos son "dos hermanas que solo rezan juntas". En la tercera parte, que comparte título con el libro, ese movimiento de tomar de la mano se convierte en la puerta de entrada para la expresión del gesto amoroso, que puede encontrarse tanto en el paseo de una tarde de verano como en los nidos construidos “allí donde los pájaros se aman”.
En un libro que tiene a las manos como protagonistas el componente
sensorial no puede ser menor. Pero no es solamente el tacto el sentido que da relieve a
los versos de José Ángel Cilleruelo, quien recurre frecuentemente a
percepciones visuales para construir atmósferas y escenarios donde sitúa los
poemas, que en muchos casos pueden leerse como instantáneas tomadas por un
fotógrafo veloz. El autor desarrolla esos momentos con un fluir poético que recurre
a menudo a los encabalgamientos, dibujando un camino sinuoso de imágenes e
ideas que no obstante suele alcanzar en los versos finales un cierre coherente
y necesario, como un razonamiento.
Quizá el asunto central de este diario de José Ángel Cilleruelo sea la conciencia de vivir en un presente en el que sutil pero insidiosamente han cambiado las reglas del juego. Ello se puede demostrar a partir de los datos que proporcionan las ciencias sociales, pero también, como es el caso, a partir de la atenta observación de la cotidianidad y el uso de la analogía como asidero para la imaginación que se esfuerza por comprender. Leyéndolo, me parecía estar oyendo a su autor.
Facebook, 18 de octubre de 2023