Blanca Mancha

I
No para de rascarse las alas. Que son chinches me han dicho. Los demás, en la cantina, ríen. Lo explica, y se ríen más. No lo entiendo, exclama perplejo. De reojo le miran desde otras mesas. Ingenuo, piensan. Y sonríen. ¿Cómo podía saber sus intenciones al entrar en aquella casona? Me quedé en la puerta del cuarto, sin atreverme a pasar. Aquel corredor era un museo sonoro. No paraban de circular, arriba, abajo. Para arriba, parejas. Luego hombres, mujeres solas. Abatido, me dejé caer en el suelo, entre colillas, y dormité mientras aguardaba. Y ahora, esta comezón que me mata.

II
Los pasillos, demasiado estrechos para tantos acuarios, y la iluminación, excesiva. Cientos de pececillos, cientos de colorines arriba, abajo. El burbujeo de los filtros me mareaba. Lo confieso, me agobié un poco. Iba de un sitio a otro y me costaba seguirle entre la gente. Las alas chapotearon sin darme cuenta en un acuario de agua fría y la humedad se fue directa a la espalda. Me estaba poniendo enfermo aquel lugar. Pero de golpe lo vi, un indolente pez globo amarillo, cuadradito, no mayor que un taco de queso. Y mientras me quedaba embobado con aquello, se me escapó.

III
En cuanto entraron en el parque fue imposible sujetar su brazo. La mano, que había ido apoyada en la cadera durante el camino, se deslizó por la falda como un esquiador por la pista. Lo peor, sin embargo, ya imaginaba que estaba aún por pasar. Se sentaron en un banco. Y a su mano le dio por la espeleología, arriba y abajo, dentro de la blusa, allí donde no conseguía cazarla. Me desesperaba, busqué ayuda en el otro custodio y lo descubrí sobre la rama de un árbol haciendo un crucigrama. Creo seriamente que deberíamos unificar nuestros protocolos de actuación.

IV
Es buen chico. Apenas sale de casa, con eso no me da trabajo. Va a buscar el pan y devuelve el cambio aunque le digan que se lo guarde. Con sus amigos, cuando queda, se pasa la tarde en una plazuela, sin más, es verdad que dice algunos tacos, pero con hacerse uno el sordo, cumple. Lo malo es cuando está solo y busca el cuaderno secreto. No consigo saber lo que pasa por su cabeza a la hora de ponerse a dibujar. Arriba y abajo, por todas partes lo único que le gusta es pintar cientos, miles de demonios.


[Enero, 2012]