Diario de Coimbra


Mondego
Sosegado río. Humildes palabras lo navegan. Las que se dicen los estudiantes ennoviados en el espolón a la caída de la tarde. Vida pequeña, la del trajín del saber aún no aprendido en casillas idénticas; tan importantes las manías y portes evocados de quienes, de tan importantes, serán olvidados nada más subir al tren. Río menudo, tonada desprovista de grandeza, ese zarandeo de lo conocido por conocer que tanto ocupa, con números, en las conversaciones de los enamorados bajo los plátanos centenarios. Al caer el sol, silencioso, y subir la humedad como un chantaje en el latido de la hojarasca.

Lua de Novembro
Sentada bajo la marquesina en la parada del autobús con traje de lentejuelas, chal y medias oscuras, la luna diurna disimula su disonancia. Vestida para la noche, siempre llegan el antojo de la luz y sus acólitos ocultos en bufandas y gorros de lana para zanjar un territorio de tan exigua extensión. Acaso, ahora que con los colores las sombras pierden encanto, un espejismo. Un poco más, si hubiera durado la noche un poco más el aire indiferente de la luna hubiese enamorado al joven, despeinado e indeciso, con el que se ha cruzado tantas veces y sin embargo ninguna.

Janela
Voy como quien va de un sitio a otro. Paso la mañana soleada dando paseos, aunque sé que no me muevo en el espacio, sino en el tiempo. Voy desde quien soy a quien fui. Prefiero pasar por lugares que recuerdo a seguir calles desconocidas. A cada paso coloco en su emplazamiento una tesela del mosaico descompuesto de la memoria. Regreso a donde estuve solo para certificar con su existencia la mía. Un espejismo. Se diría que no escribo, sino que simplemente copio citas. No leo; sobre una página en blanco palpo solo la tinta corrida que quedó en mí.

1313
Padre Agostinho, padre Agostinho. Ni lo oigo aunque lo oiga, que me llamen sordo y sordera parecerá, si no de oído, de mollera. Lo que digan siempre será mejor que sentirlo ahora. No quiero oír lo que ya sé que voy a escuchar. Y darme la vuelta, y encarar el refectorio e intervenir en el debate y dejar que los razonamientos me arrastren como tronco en la crecida, sin saber contra qué roca astillaré mi entereza. Padre Agosti…. Haldean las piernas como campanas en día de fiesta. Mi celda. El silencio. Este pergamino. Secreto. La sordera. Que digan, cuando llegue.

«Desaparecido»
No es esta que tengo en las manos la edición que elogió Pessoa, ni siquiera la que pudo ver en vida Carlos Queiroz, pues la Bertrand la imprimió dos meses después. Tampoco podría pagar aquella, pero esta sí, que tiene un retrato de poeta muy peinado y una cubierta a dos tintas de sobria tipografía. Leo: E a tua boca sabe a amanhecer! Ahora, cuando la época pide que se encomien los libros, diré solo que su cansancio e imperfección acogen. Y que su sueño se parece tanto al de la muerte: que un día alguien abra sus tapas duras.

Beco dos Prazeres
—¿Te has escapado de la escuela?
—No. La verdad. Pasaba.
—¿Por aquí, muchacho? Por aquí no se va a ninguna parte donde se vaya.
—No. La verdad. No sabía.
—¿O sí sabías y no quieres decírmelo?
—No. La verdad. Ya me iba.
—No tan rápido, mozalbete. Antes tenemos que hablar tú y yo.
—¿Y yo?
—Sí. Y tú. Aún no me has contado qué has venido a buscar por aquí.
—No. La verdad. Nada.
—¿Nada o quizá algo?
—No. Nada. La verdad.
—¿Y no quieres subir conmigo? Es el amor. Es dulce. Hace bien.
—No, no. La verdad. Digo, sí.

Às claras
Niña aplicada que hace los deberes en la mesa del comedor mientras su hermana sestea en el sofá, la mañana dibuja rectángulos sobre paredes, muebles y objetos. Y los pinta con el lápiz de la luz del día hasta que, tras contemplarlos a cierta distancia, ve que le han quedado perfectos. Cuando guarde los colores en el plumier y recoja los libros y cuadernos, sus rectángulos irán bailando por todos los rincones de la vida. Hasta que su hermana se despierte y con las ojeras de un mal sueño vaya borrándolos uno a uno. Un juego que entretiene los silencios.

Loja das Meias
Un retrato es un espejo frente a quien lo contempla. Si se trata de un retrato antiguo, refleja solo lo que quien mira sabe. Ante un doncel renacentista no ve su sosería sino lo ideal del perfil. Ante una vieja barroca no le repudia la fealdad, sino el paso del tiempo. Por eso gustan los retratos antiguos, muestran solo el rostro de Narciso haciendo la lista de sus conocimientos. Los retratos contemporáneos son el rostro exacto de quien los observa. Solo emocionan, sin embargo, si concilian sus ideas estéticas y la época. Si no, los juzga fotografía de una mueca.

Hotel Tívoli
Es curioso que una cama revuelta y sin nadie muestre un bulto mayor que una cama ocupada por un cuerpo. Dormido, su relieve apenas muestra volumen en la estepa nevada —o florida, depende de la estética— de la colcha. Inmóvil se diría que se acomoda en el espacio con la discreción de quien se ha marchado. Pero cuando se va deja constancia fehaciente y crecida de que ha estado. Allí donde apenas tuvo conciencia de estar. Es curioso. Cuánta importancia le damos a perpetuar pompas donde fuimos apenas contorno. Cuánto empeño para que vean lo que ya no podremos ver.


[Diciembre, 2013]