Nocturno


No se gira para mirarla. No ya a los ojos, ni siquiera al escote. Pero puede verla reflejada en el zinc de la barra. Igual que una foto mal hecha. Desenfocada. Una mancha su vestido, los labios pintados, el peinado. Se acerca. Con cuatro cucharadas de azúcar en la voz. Ni así consigue que se dé la vuelta. Que le diga algo. Tal vez que espera a otra persona. Insiste. Lo pasaremos bien. La cabeza le estalla. Abren la nevera, ve cómo desde el recipiente de las hamburguesas gotea un líquido sanguinolento que cae sobre el cuenco de la vainilla. 

2
Mientras queden espectadores rezagados bajo la marquesina, la bombillería del cine no se apaga ni la persiana se cierra sobre el vestíbulo. Son las órdenes. A veces, antes de despedirse tras un encuentro casual, le gusta a la gente comentar la película un instante o encender un pitillo. Miro entre las butacas si hay bultos olvidados, cierro puertas y apliques, y por lo general una vez acabada esta tarea ya no hay nadie en la acera. Apago. Me voy. Otro día más, tras haber visto la misma película de ayer. Por eso me asustó, al principio, aquella sombra. Inesperado taconeo. 

3 
Apagar las luces a pedradas parece ser uno de los alicientes de la calleja, aunque no sea el más llamativo. Volcar los cubos de basura y esparcir su contenido tampoco debería ser el propósito principal, pero quien la transita ha de caminar apartando inmundicias. Así, a oscuras y entre malos olores, los bultos que aguardan en los portales incitan a un extraño paraíso. Se diría que nada noble hay en ella desde la bocacalle por donde se entra. Y sin embargo, no existe otro lugar en la ciudad donde las voces sean tan dulces y delicadas, los discursos tan consoladores. 

4 
Jersey rojo, asoma el cuello y las mangas de una camisa jaspeada, faldón azulado que se funde con el lugar donde se reclina. Sombrero en forma de turbante con un rosa arremolinándose en las sienes. Flequillo. Cejas pronunciadas. Ojos cansados, pero mirada vivaz. Ojeras. Labios pintados. En rojo. Intensos, solícitos. Aunque cruza los brazos ante el pecho; una mano se coge el hombro, la otra no está. El bulto del seno se carga sobre el brazo. Hierba amarilla, o tal vez cielo amarillo. Destellos verdes. Amapolas. Mejillas encarnadas. La llaman Margot. Espera, está esperando. En este punto la pintó Picasso. 

Piececitas de puzle. De un puzle que resbaló de la mesa donde lo había montado y se desperdigó por todas partes. Aun puede ser que levante la alfombra y encuentre una. La echaré al montón, ya da igual. La pieza de la barba que me roza el hombro, con las demás. La pieza de la mano en el vientre, idéntica indiferencia. La pieza del mordisquito en la oreja, insensible también a cuanto puedan después decir, ebrios por el alcohol del momento. Ni siquiera quien me besó las manos dejó un cuadradito con enganche con el que empezar a montarlo. Tampoco. 

[Junio, 2014]