Pequeños cuentos de la noche de Reyes



[2019]
El atardecer de invierno bosteza en el andén mientras los trenes llegan y parten hacia destinos indescifrables. Guarda el billete en la cartera, y la cartera en el bolsillo interior del abrigo. Luego lo dobla sobre la maleta que ha dejado en el suelo. Nada le llama la atención, pero en un instante, como por arte de magia, la maleta ha desaparecido. ¿Cartera, documentación? Un país extranjero, no conoce a nadie ni habla la lengua. ¡Mi abrigo…!, grita. Un tipo barbudo, vintage, pelirrojo le tira de la manga y señala sonriendo al otro costado. La maleta volcada. El abrigo doblado.


[2018]

En invierno el jardín recibe cartas del invierno, pero nunca las lee. Deja que se amontonen sobre la estera de la puerta, con descuido. Un día, me digo, las abrirá una tras otra. Qué hermosa jornada, tanta correspondencia. La víspera de Reyes lo que se acumula son persona frente a las cajas de los comercios. Por eso me he venido aquí, lejos del bullicio. Algunos niños corretean en los columpios y las cuidadoras formas un círculo ciego junto a la tapia. Me he sentado en este banco y al poner la mano: la tapa de un libro. Olvidado. ¿Mi regalo?



[2017]
—¡Que envoltorio más bonito!
—¿Para quién es, mamá?
—¡Y qué grande! ¿No es un poco demasiado grande este paquete?
—Sí, sí. Pero ¿qué pone en la tarjeta?
—A ver, a ver…
—Seguro que no es para mí.
—Aquí hay un nombre…
—¡Qué nervios!
—Aquí hay escrito un nombre, es verdad.
—Dilo ya, mami, porfa.
—Aquí pone… chan, chan… ¡Luisito!
—¡Es para mí!
—De parte de tu tío Jorge, pone en la tarjeta.
—¡Qué bien, qué bien!
—Tranquilo. No lo rompas todo.
—Mami… es… un monopatín.
—Sí, es muy chulo.
—Ya.
—Es muy… nuevo.
—Sí, pero ya tengo uno. Mi monopatín.

[2016]
Mañana de pies descalzos que corren pasillo arriba, pasillo abajo. De gritos ahogados. Chillidos de sorpresa. De alegría. Mañana de zapatos alineados cubiertos de paquetes. Con colores brillantes. Con lazos. Con cartas. Con enigmas por desentrañar. Mañana de papeles rasgados. De papeles emulsionados. De papeles explosionados. De cajas huidizas, voladoras, fulminadas. Mañana de sonrisas, de risas, de carcajadas. De sueños cumplidos. De ilusiones reales. De inocencias convencidas. La mañana del año. Sin siquiera tiempo para vestirse, para desayunar, para ponerse el abrigo. La mañana de las sorpresas. Del candor. De los cánticos inarmónicos con los que se expresa la felicidad.

[2014]
—¿Y eso?
—Nada, cosas mías.
—¿Un martillo? ¿No será peligroso?
—Qué va. Ya sé utilizarlo. ¿No te lo crees?
—¿Y ese paquetito?
—Clavos. Para el martillo. ¿Qué hace un martillo sin clavos?
—No había caído. ¿Y los listones?
—Cuando se clava algo, algo hay que clavar, ¿no?
—¿Listones?
—Sí. Lo vi en un reportaje del Katrina.
—¿Del huracán?
—Sirven para que las ventanas no se abran.
—¿Y para qué quieres sellarlas precisamente hoy? ¿Será que no quieres que entren los Reyes Magos?
—No exactamente. Es para que no se vayan mis padres a comprarme juguetes y se queden aquí conmigo.

[2013]
No, no puede ser. Primero el atasco por la cabalgata. Ahora no es que el asfalto se derrita, no, la sensación es la misma, pero el olor no. Una mierda. Será de camello. El atasco. Andando me adelantaban. Luego, plas, un caramelo en mitad del vidrio, bum, otro en pleno techo, cloc, un tipo que me atropella el coche por atraparlo. Y ahora, la suela del zapato... La suela de mi zapato echada a perder. Qué peste, ¿dónde voy yo así? «Señor, señor». Qué narices se le habrá perdido a este mocoso. «Que le traigan muchas cosas los Reyes, señor».

[2010]
El entusiasmo con que Áxel se ha levantado este año oculta una sospecha. Alguien le ha dicho algo. Mientras abraza paquetes con griterío, de refilón lee los signos: el cuenco de agua mediado, cáscaras de nueces y avellanas en el platito, una magdalena medio mordida. Parece, en efecto, que por la esquina del comedor donde había dejado los zapatos han transitado camellos y personas. Advierte cierto desorden en el sofá. Acaso se sentaran un momento a descansar. Pero lo único que le libra de la sospecha, este año, es el alborozo de los adultos. Si hubiera algo, ellos lo sabrían.

[2009]
Había cerrado el embarque del 0501 en el ordenador. Maite y Jerónimo, con quienes había recogido las tarjetas, salieron pitando para cubrir otro vuelo. Me quedé sola porque mi jornada aquella noche había acabado: ¡hacía media hora! Al día siguiente libraba, ¿sabéis lo que significa eso? Faltaba un pasajero, pero no había facturado. Sin problemas. Repentinamente apareció delante con su tarjeta en la mano: gordo, barbudo, sudoroso. Era él: Gaspar García. Lo miré: acarreaba bolsas y paquetes por todas partes. «Señor Gaspar lo siento, el vuelo se ha cerrado». «Por favor, monada». Entonces sonreí: «Lo siento» (y no era cierto).

[2008]
Ha empezado a nevar. La ventisca amenaza con volarle el sombrero. En la avenida vacía aparece, cuando ya se desesperaba, aterido, un taxi. Alza la mano cuanto puede, brinca y el vehículo le responde con el intermitente derecho. Dentro, a salvo, revisa distraído la cédula del conductor. Vaya, se llama usted Baltasar. Para servirle. Como el Rey Mago. Perdón. Decía que se llama usted como uno de los Reyes Magos, el…, bueno, Baltasar, hoy, 5 de enero, estupenda coincidencia, ¿no le parece? No soy cristiano. Bien, perdone, no quería molestarle. Oh, no se disculpe; circulaba en esta dirección de milagro.